Paseando un jueves por Buenos Aires

Al finalizar nuestra interesante visita por el Campus Tecnológico de IBM, regresamos caminando hasta el Unicenter en cuyo estacionamiento habíamos dejado a los choferes trabajando en el micro por el asunto del embrague. Ese asunto fue provisoriamente solucionado (atado con alambres, solución argentina). Pero otro asunto urgente reclamó nuestra atención: queríamos comer y el shopping estaba enfrente. Así que siendo casi las 13, dijimos que a las 15 volveríamos a encontrarnos en el micro. Nos fuimos al shopping.

Y el shopping tiene una palabra que podría ser su sinónimo: caro. Ni siquiera el patio de comidas era muy económico que digamos y no es que uno buscara calidad ni abundancia, dos características que sospecho no tienen esos locales (ok, tal vez si calidad, pero seguramente no en abundancia). Pero me estoy anticipando porque antes de buscar qué comer comenzamos a recorrer las instalaciones. Y el shopping es grande, realmente grande…. muy grande, enorme. No le veíamos el final y no lo recorrimos todo. Los 18 viajeros se dispersaron por todos lados en pequeños grupos y no nos volvimos a cruzar. Al final de cada pasillo o área abierta veíamos que el shopping seguía ramificándose y había escaleras mecánicas para arriba, para abajo… era un laberinto enorme y gigantesco. Pero me gustan los laberintos y no perdía la orientación como algunos de mis compañeros ;-).

Volviendo a la comida: todo caro y entonces tuve la idea de visitar el supermercado (lo había visto a la distancia en el primer nivel y andábamos como por el tercero). La idea rápidamente tuvo consenso favorable y comencé a «guiarlos» hacia el supermercado. Tratando de no visitar dos veces un lugar, tomamos un rodeo para llegar. En un momento quise subir a otro piso que prometía ser de juegos, pero Gonzalo se mostró insistente queriendo ir directamente al Jumbo así que me quedé con las ganas de ver el cuarto piso. Además, no había forma de engañar a la tropa diciéndoles «subiendo al cuarto llegaremos más rápido a la planta baja», es un argumento difícil de defender. A la distancia vimos a otro grupo de compañeros, pero ellos estaban encaramos en un balcón mientras nosotros descendíamos por una escalera mecánica. Nos saludamos a la distancia y seguimos rumbo al super. Inevitablemente repetimos algún pasillo, descendimos un par de pisos y llegamos al Jumbo. Y creíamos que el Walt Mart que teníamos en Santa Fe es grande…. este Jumbo es grande.

Mi “buena vista” me llevó directamente al área de la cocina (derecho, al fondo, por la entrada más a la derecha al supermercado había un cartel que a la distancia decía «cocina») y recorrimos esa zona del super decidiéndonos por los sándwiches de miga. Leonardo, uno de los tres Leonardos que nos acompañó en este viaje, quería llevar otra bandeja pero por suerte no lo hicimos. Conseguimos unas papitas y compramos una seven. ¿Dónde comer? Finalmente resolvimos hacerlo en el estacionamiento junto al césped. Casi inmediatamente aparecieron algunos pájaros queriendo servirse de nuestras migajas y efectivamente, le tiramos algunas y se las llevaban. Uno hasta se aproximó para robar un pedazito de papita caída. También aparecieron gorriones y la competencia fue salvaje, aunque no se si utilizar esa palabra con aves casi domesticadas. Se ve que por la zona no las persiguen. Del otro lado de una alambrada había loros y palomas, pero ellos no se nos aproximaron. Ya estábamos llenos y la bandeja aún sin terminar, así como las papas y la gaseosa.

Regresando al shoping encontramos al resto del grupo sentado en una banca junto a la calle, al rayo del sol. Nos quedamos ahí haciendo tiempo y Gonzalo se nos fue para visitar a un cliente. Al rato decido entrar a buscar «instalaciones sanitarias» y siguiendo los correspondientes carteles pude llegar rápidamente. Antes de volver con mis compañeros entré al Jumbo otra vez para comprar una botella de agua y fue mientras hacia fila para pagar que recibo un mensaje de Mariano: «estamos en el cole». Miro el reloj, no eran las 15 hs. Ok, tenía cinco minutos y los utilicé pagando y dirigiéndome al estacionamiento. Pero no era el único que faltaba. Dos pasajeros más cayeron al rato y entonces partimos a Libertador y Sarmiento.

La zona, Libertador y Sarmiento, prometía diferentes puntos de interés. Entre el monumento a los inmigrantes, los bosques de Palermo, el planetario, el jardín japonés y el zoológico había para elegir. Como grupo visitamos el jardín japonés.

jardin japones vista panoramica jardinjaponesv2.jpg

Interesante y lindo lugar para ir una vez. Hubo un par de cosas como para criticarles:
1) yo espero de un jardín o un parque, y más aún si es japonés, que permita escapar a uno de la vida diaria, meditar, reflexionar, disfrutar en silencio de nuestros propios pensamientos. Pero el sonido del tráfico de la avenida y calle cercanas así como el periódico sonido de los aviones despegando de aeroparque atentaban contra todo intento de buscar un remanso de paz.
2) el uso de cemento con piedras chinas en la construcción de algunos puentes así como asfalto para los senderos….. hmmm…. no lo veo como tradición japonesa. Es una pena, aún podría disfrutarse con ese asfalto pero el punto anterior no nos da la paz necesaria para escapar a los ruidos de la ciudad…. seguimos en ella.

De alguna manera mis compañeros se enteraron de una pista de patinaje sobre hielo. Tengo experiencia en el patinaje, incluso alguna vez intenté jugar hockey. También he patinado sobre hielo pero en ese momento no era una idea que me llamara la atención y tenía ya algún cansancio. Así que yo me largué hacia el planetario mientras ellos recorrían ignoro cuantas cuadras (no se si fueron en subte o qué). Llegué al planetario Galileo Galilei a tiempo para la función de las 17 hs y casi me duermo bajo las estrellas en las butacas reclinables.

el edificio y yo vista de la capula con el planetario en el centro

La función se llamaba «La Armonía del Universo». La cúpula comenzaba a oscurecerse y se veían las estrellas en el cielo a través de nubes y era como si nosotros estuviéramos subiendo porque las nubes se apartaban y cada vez había menos, el cielo se ponía más y más oscuro y más estrellas se hacían visibles. Con buena música (en una parte era la música de la película «Una Mente Brillante» cuando el tipo se abstraía en un problema – excelente película, comentario al margen) y una voz en off que nos iba narrando la historia del hombre mirando las estrellas, las antiguas constelaciones (señalaron Orion, Tauro y otras), mencionando luego a Newton y Keppler entre otros, para llegar a la actualidad con el envío de las sondas exploradoras. Mostraban imágenes de planetas y en un momento era como si estuviéramos en la superficie de la luna mirando la tierra en el cielo. También había imágenes de galaxias, la nuestra y otras, y así seguía el espectáculo educativo de música y luces.

Calculo el auditorio lleno en un 60 a 70% . Al finalizar la función me demoré junto al viejo proyector que es la pieza principal del edificio y lo que le da nombre: planetario. Este es un proyector compuesto por un cilindro en cuyos extremos hay esferas, una montada sobre la otra, cuatro en total, dos en cada punta. Todo el conjunto rota gracias a una estructura que lo sostiene. El aparato ya tiene 40 años, es de origen alemán y aunque en alguna parte se nota la pintura algo descascarada, sigue funcionando proyectando las estrellas en el cielo. Junto con el planetario hay tres proyectores más emitiendo luces verdes, azules y rojas, proyectando las imágenes más elaboradas y coloridas, aunque no abarcan la totalidad de la cúpula como el planetario. Hay una vieja consola llena de perillas y botones, pero también tienen una PC que controla la proyección. Tecnología nueva y antigua combinadas para deleitar nuestros sentidos. Repito, con la música y la oscuridad de la sala estrellada, encima con butaca reclinable… casi se me cierran los ojos.

Saliendo me dirigí hacia plaza Italia, varias cuadras más allá. Dejé el zoológico a mi izquierda, de donde salían unos olores nada agradables, y la embajada estadounidense y la Rural a mi derecha, al otro lado de Sarmiento. No tenía ganas de ir al zoológico así que encontré un banco en la plaza y allí me quedé sentado mirando los autos y la gente pasar. A todo esto eran alrededor de las 18 y todavía quedaban como dos horas y media para que el colectivo regresara a buscarnos por Libertador y Sarmiento. Envié tres mensajes desde el celular (al Ema, Mariano y Leonardo) para ver donde estaban e ir hacia ahí, pero ninguno atendió y no queriendo esperar más de dos horas a su regreso, decidí ir al hostel utilizando el subterráneo en hora pico. Yo iba cargado con la filmadora, la cámara digital y la notebooks, todo lo anterior más accesorios.

Estaba haciendo cola para comprar el ticket cuando justo me llama Gonzalo. Me salgo de la cola y pierdo la señal en el celular. Salgo hacia la calle y nuevamente nos comunicamos. Gonzalo, quien se había apartado primero del grupo en el shopping, ya había terminado su visita y arreglamos encontrarnos en el alojamiento. El primero en llegar, nos registraría. Ok, regreso al subte y comienzo mi recorrido a través de la línea D en dirección a Catedral, luego hice trasbordo para tomar la línea C en 9 de Julio en dirección a Constitución. Mucha gente para ir a Constitución, muchísima. Salgo en Independencia y veo el edificio de la UADE donde al día siguiente serían las conferencias. Caminando por Independencia voy hasta Bolivar, donde estaba nuestro hostel y allí llegue. Ah, algo por aclarar. Debido a la lejana y poca recomendable ubicación del hospedaje del año pasado (en Barracas, para mayor información, buscar en mi post del año pasado sobre la CafeConf) y a lo apretado que estaríamos allí, decidí este año no pasar por el mismo lugar y junto con Gonzalo y Diego habíamos buscado un hostel. Pero Diego nos falló a último momento, gracias HP, y entonces quedamos Gonzalo y yo.

Estaba en el hostel. Bien. Pero mi mochila con mi ropa y elementos para el baño quedaron en el micro. Así que no tenía nada como para pegarme una ducha (sí tenía las tollas proporcionadas por el alojamiento) o cambiarme la ropa y fue entonces que me tiré sobre la cama para descansar un rato. Gonzalo cae como a la hora, luego de haber recibido instrucciones desorientadoras de un lugareño (?), y estaba en igual situación: ambos sin bolsos. Sí contábamos con nuestras notebooks y en el hostel hay wifi, pero la clave que nos dieron no funcionaba, así que había problemas de conectividad que los resolveríamos nosotros al día siguiente (otra historia, por ahora seguimos en el jueves)

Más temprano había enviado mensajes al resto del grupo diciéndoles dónde estaba y pidiéndoles que nos trajeran los bolsos cuando estuvieran en el micro rumbo a su propio alojamiento. Pero entonces recibo un mensaje diciendo que los choferes estaban «calientes» por oscuras razones y que no nos llevarían los bolsos. ¿Qué hacer? Un brain storm tiró varias alternativas. La primera era ir a Barracas a buscarlos, pero quedaba lejos. Pero la solución fue la siguiente: nos esperarían en un punto más cercano y allí deberíamos buscarlos. No se porque decidieron Belgrano y Lima pudiendo haber sido Independencia y Lima. Caminamos 10 cuadras pudiéndonos haber ahorrado 4, pero no queríamos «molestar a los choferes» con ese pequeño detalle y tanto Gonzalo como yo salimos disparados hacia esa dirección. Recuperamos nuestros bolsos y regresamos al hostel.

Luego de refrescarnos con una hermosa ducha caliente, luego de cambiarnos con agradable ropa limpia, salimos a comer. ¿A dónde fuimos? Bien, mi idea era ir hacia Florida y Lavalle. Coincidentemente a Gonzalo le habían recomendado Florida y Lavalle. Así que hasta allí fuimos. Otra vez caminando llegamos a la Plaza de Mayo, pasamos bajo los arcos del cabildo y fuimos a mi restaurante favorito (El Mundo) para comer mi platillo favorito en ese lugar (Suprema de Pollo a la Maryland). Para comparar detalles deberían leer la historia del viaje del año pasado. Solo baste decir que el mozo en la puerta me saludó diciéndome «hacia mucho que no venía».

Como siempre, las porciones que sirven son generosas. Esto es, los platos no son redondos, son bandejas obaladas. Gonzalo no pudo terminar su milanesa napolitana y yo no pude terminarme toda la salsa de choclo (y eso que apenas mordí el pan). Lástima que esta vez no nos sirvieron los panes de manteca antes de la comida, pero los reemplazaron con empanadas de copetín. Tampoco nos sirvieron jeréz al inicio ni lemonchelo al final, algo cambió en el servicio (aunque yo hubiera desperdiciado ambas bebidas).
Regresamos sastifechos al hostel y mientras Gonzalo se ponía a buscar las razones de un error en una aplicación que había escrito hacía algunos años en visual basic….. ejem… yo comencé a escribir varias cosas, incluido el presente post.

Aquí termina la crónica del día jueves.

Deja un comentario

Archivado bajo Viajes

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *