Una Confortable Experiencia Musical

Pablo regresó feliz de la escuela, muy alegre con su última adquisición. Hacia un mes había comenzado el secundario y tenía en su bolsillo las canciones del último grupo de moda. Veloz traspasó el umbral de su hogar, apenas éste le hubo reconocido como habitante habitual, y aún más rápido subió a su dormitorio. Su madre, levantando la vista de la revista digital que leía en la sala, apenas si alcanzó a ver los pequeños pies subiendo los escalones.

Ni bien entró en su cuarto, Pablo cerró la puerta – y se aseguró dos veces que estuviera bien cerrada. Hizo lo mismo con la ventana y hasta la graduó para opacarla un poco; “por las dudas”, pensó. Pero más importante aún, se aseguró que el campo amortiguador de sonidos estuviera activado.

Tomados todos esos recaudos, de un bolsillo de su chaqueta extrajo el cristal de datos y observó como la luz de su habitación se reflejaba en su interior de mil maneras maravillosas. Al salir de la escuela había pasado por la tienda de música y después de identificarse apropiadamente – previa autorización visual de su madre (utilizó el videofono) – adquirió el hit del momento. Un amigo le dijo que el amigo de un amigo se lo había elogiado. Por supuesto que él no lo había escuchado ni tampoco conocía al grupo, Biotóxico, pero parecía venir bien recomendado.

Se acercó al reproductor y, no sin cierta aprensión, introdujo el cristal de datos.

El dispositivo instantáneamente se activó y una voz femenina, evidentemente electrónica, comenzó con su diatriba: “Atención. Ha insertado un cristal de datos de Biotóxico. Según la legislación vigente….”. Pablo ya estaba acostumbrado a oír ese discurso. Toda vez que quería escuchar música se repetía y debía cumplir con los trámites formales requeridos. Pero no había modo de evitarlo. Así que aprovechó la introducción para verificar una vez más que el dormitorio estaba en condiciones.

“Por favor, apoye su pulgar derecho en el lector digital y aproxime su ojo al lector óptico para verificar su identidad. Recuerde que sólo el usuario autorizado puede reproducir este cristal.” dijo el reproductor. Pablo obedeció. Apoyó su pulgar derecho donde le decían y dejó que su iris fuera inspeccionado.

El reproductor anunció: “Usuario autorizado. Hola Pablo J. Hoy es martes 5 de Octubre del 2145. Recuerde que su selección musical integrará nuestra base de datos para conocer sus preferencias a los efectos de hacer más confortable su experiencia. Proceda a asegurarse que el contenido de este cristal no pueda ser escuchado por personas no autorizadas”.

Pablo, aún preguntándose que quería decir eso de “confortable experiencia”, ya había verificado varias veces su dormitorio, pero, así y todo, volvió a hacerlo. Recordó como un amigo fue sancionado y sus padres tuvieron que pagar la multa de la Asociación de Autores sólo porque la música podía ser escuchada desde la planta baja de su propia casa. Fue una sanción suave. Otro amigo fue por un par de días al reformatorio por reproducir música en su cumpleaños sin haber gestionado los derechos correspondientes. Más tarde se descubrió que fue un error administrativo de la propia Asociación.

Pablo presionó el botón verde de “continuar” en el frente del reproductor y entonces su habitación se llenó de la música y las imágenes tridimensionales de Biotóxico. Escuchó el primer tema, no le gustó. Pasó al segundo tema y este tampoco fue de su agrado. Igual sentir tuvo para el tercero, cuarto y finalmente, quinto tema musical. Aunque este último era un poco más pasable.

Quitó el cristal del reproductor y lo miró con un dejo de tristeza. Sus ahorros se habían ido con esa compra. No podía prestarlo, intercambiarlo, venderlo ni regalarlo. La ley de Propiedad Intelectual lo prohibía rigurosamente, como recordaba le habían enseñado en la escuela. Tampoco podía devolverlo ya que lo había sacado de su empaque y mucho menos tirarlo a la basura así como así, no vaya a ser que alguien lo encontrara y entonces vaya uno a saber qué destino podría tener él – el reformatorio sin duda. ¿Qué hacer? No tenía intenciones de volver a escucharlo, así que decidió arrojarlo al desintegrador.

Desilusionado por el cristal de datos, Pablo regresó a su dormitorio para releer su libro favorito, “El Señor de los Anillos”, escrito por un tal Tolkien hacia ya casi 200 años. Por supuesto que también tuvo que identificarse frente al libro electrónico, y se colocó un barbijo en la boca. No vaya a ser que por descuido verbalizara algunas palabras… La omnipresente Asociación de Autores siempre se enteraba de esas cosas.

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