La gravedad de la Gravedad

– Fue hacia el año 1643 cuando a un profesor de la universidad de Cambridge le cayó una manzana en la cabeza y a partir de ese hecho, dedujo la existencia de la fuerza de gravedad…
– ¿Te imaginas si hubiera sido una sandía?
– Bueno, en primer lugar, con una sandía en la cabeza dudo que Newton hubiera realizado su descubrimiento. En segundo lugar, las sandías no se dan en los árboles
– Sí, claro. Y dígame, doctor, ¿se sabe la variedad de la manzana? ¿de Red, Deliciosa, Smith…. ?

Dejando de lado las divagaciones de estos personajes y la veracidad o no de la historia, lo que es un hecho es que el pasado miércoles 2 de Mayo cuatro valientes desafiaron y jugaron con las leyes de inercia y gravedad más de una vez. Con un porcentaje de éxito del 25%, podríamos decir que los humanos una vez más triunfaron.

El día anterior habíamos quedado en encontrarnos a las 19 hs, en la esquina de Marcial Candiotti y Avda. Alem; donde la estación de servicio Shell. Íbamos a ser más personas, pero algunos arrugaron y no aceptaron el desafío. Otros, despistados, prefirieron quedarse a último momento en la comodidad de su hogar. Yo mandaría un mensaje a Juanjo, Mariano me pediría más tarde mandar otro; Emanuel, a instancias de Mariano, enviaría otro más…. Pero el grupo siguió reducido. Alejandra, Emanuel, Mariano y yo ingresamos al Super Park.

Aprovechando la promoción del 2×1 (entran dos, paga uno), sacamos el superpasaporte y la chica que entregaba las entradas fue clara respecto a que podíamos entrar a todos los juegos “todas las veces que aguanten”. Nos sellaron el dorso de las manos y adentro. dorso de la mano sellada

Visitaríamos más de una vez los autos chocadores. Este fue el juego “tranquilo” escogido para relajarnos. Someteríamos nuestros cuerpos a algunos “g” en otros juegos. En particular había uno que desde afuera parecía inofensivo. Parecía. Sólo se daba vueltas, y vueltas, y vueltas…. Al rato dejamos de gritar. Mariano y Alejandra ya no levantaban las manos. Yo me sujetaba para vencer a la acción centrífuga, y Emanuel tenía un gato en su garganta. Creo que el operador se entusiasmó y giró sin asco el botón de velocidad, y el tiempo fue eterno.

Un par de veces nos deslizamos por la alfombra y seguimos en la onda light de juegos donde sólo había que girar (no lo dije en ese momento, pero más de una vez pensé en gráficas de fuerza, flechas señalando sus direcciones y en nuestro profesor de física de la facultad)

No lo demoramos más, había llegado el momento de emociones más fuertes. “Kamikaze” es un juego que tiene forma de martillo dispuesto verticalmente. Los pasajeros se sientan en la cabeza del martillo y el juego comienza a balancearse hasta realizar varios giros, ocho largos giros. Vueltas completas de 360 grados donde yo me sujetaba los anteojos (ojo, no me tapaba la cara, ¿eh?). Así que por un buen rato quedábamos con nuestras cabezas apuntando al piso. Y aquí la gravedad cobraría su primera víctima.

Alejandra apenas podía gritar, Mariano gritaba y levantaba las manos, yo gritaba pensando en cómo estaría mi garganta al día siguiente y…. Emanuel dejó de gritar. ¿En cuál de los ochos giros se calló? No sé. Sólo se lo veía agarrado de los hierros de la jaula en la que nos habían encerrado. Al bajar Emanuel estaba blanco – transparente para algunos – y la frente cubierta de gotitas de sudor. El mundo temblaba para él y entonces decidimos descansar tomando asiento por un rato.

Luego fuimos nuevamente a los autos chocadores (lo visitaríamos unas cuatro veces en total) y al salir…. “La Montaña Rusa”. Antes de subir le digo a Emanuel: “si se te viene algo a la garganta, tragalo”. No fue nada salvaje, el Kamikaze era peor. Con un recorrido muy breve, incluía un giro de 360º (otro más) y que se hacía velozmente. El juego tenía la virtud de sacudirte entero, pero siendo grande como soy, ocupaba bien todo el asiento. Pero a pesar de ser un juego “inofensivo”, al bajar Emanuel le dice a Alejandra “¿puedo vomitar?”. ¿Qué podría decir Alejandra? “Sí”, y entonces Emanuel se aleja un poco devolviendo el contenido de su estómago. Nosotros también nos apartamos un poco y aquí observamos otro efecto de la física: la repulsión de partículas con igual carga. Sí, fue un efecto del magnetismo…. pero los físicos aún buscan relacionar el magnetismo con la gravedad y crear una teoría unificada. En las líneas precedentes pueden comenzar a ver esa relación….

Volviendo a nuestra historia, ese fue el fin para Emanuel. Otra vez pasamos un rato sentado mirando otros juegos. Repetimos los autos chocadores (menos Emanuel que se quedó fuera filmando y fotografiando) y cuando mentalmente estábamos listos: Evolution. El tercer gran juego del parque.

Se trataba de otro martillo vertical cuya cabeza era una circunferencia. Uno se sienta en su perímetro y luego comienza a girar la circunferencia. Cuando agarra velocidad, el martillo también comienza su giro y uno se ve sometido a varias leyes: inercia por partida doble, el giro de la cabeza y de todo el martillo, y la gravedad, al quedar suspendidos cabeza abajo, allá arriba… varios metros por encima del suelo. Para mí, fue el peor de todos los juegos. Yo me sentía más desprotegido y en una de las últimas vueltas – fue eterno – fue como si le hubieran imprimido al dispositivo un empujón extra ya que nos demoramos más de la cuenta allá arriba, cabeza abajo. Afortunadamente le había dejado mis lentes al operador para que los cuidara.

Fue el último juego. El parque ya cerraba, el tiempo había pasado rápido (¿otro efecto de la física? ¿dilatación temporal?) y salimos divertidos por la grata experiencia llevando de recuerdo un sello en la mano, que fácilmente se iría con algodón y alcohol, y algunos moretones en el cuerpo: rodilla y columna por los autos chocadores, hombros por el Evolution…. estamos viejos para estos trajines 🙁

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