Python-Day cordobés

o la excusa perfecta para un fin de semana en Córdoba

El fin de semana pasado viajamos a Córdoba para participar del Python Day que organizó el Grulic en la UTN de dicha ciudad. Si has estado siguiendo mi blog, te habrás enterado de la organización del viaje. Fue un paseo muy lindo, largo y cansador. Lo pasamos de maravilla.
He aquí un extenso y pormenorizado, hasta donde fue posible, relato de lo que sucedió.

Espero lo disfruten.

Capítulo 1: la salida
Capítulo 2: el viaje de ida
Capítulo 3: Python Day
Capítulo 4: perdidos tras una llave
Capítulo 5: el departamento, la noche y varios destrozos
Capítulo 6: recorriendo la ciudad
Capítulo 7: un largo regreso a casa

Capítulo 1: la salida

Pocos minutos faltaban para las 3 de la mañana del sábado 19 de agosto, cuando la alarma del despertador de mi celular (con 7 minutos de adelanto) resonó por la habitación. Las tareas matutinas no asumieron más de 10 minutos y entre despedidas y abrazos – y recomendaciones de cuidado – salí para la ciudad de Santa Fe.

El “servicio de puerta en puerta” se inició en mi departamento, en dicha ciudad. Allí cargué unos de los elementos más preciados: agua potable, apenas por encima del punto de congelación. Cinco botellas pequeñas y una grande llenaron el conservador. También recogí algo de ropa en una mochila más grande y dejé otra que pensaba llevar, olvidándome de un elemento al hacer el traspaso: el puntero láser (no lo echaría en falta hasta algunas horas después). Pero agregué la bandera del LUGLi, por las dudas, a la lista de cosas para llevar. Pocos minutos después llegaba a lo de Juanjo. A lo lejos lo vi sacar la bolsa de basura y me estacioné a su lado para comentarle a continuación – luego del protocolar saludo – que el servicio de recolección no pasaría hasta el próximo lunes a la noche (comentario al margen). Cargamos sus bártulos en el baúl y presto salíamos hacia lo de Bruno cuando justo llegó un sms de él: “estoy esperando afuera”, decía, supongo, con algo de frío. Y tenía razón. En la esquina de su casa estaba él con el bolso más grande que a cualquiera se le pueda a ocurrir. Yo lo miré con desconfianza y lo cargué en el baúl y luego el padre de Bruno nos alcanzó para despedirnos. Raudamente recogí a Mariano sin mayores incidentes, pero al llegar a lo de Pablo…. tuve que hacer un sacrificio y en la casa de Pablito quedó el conservador con el agua, nif, nif…. El baúl estaba que reventaba. Con el auto completamente cargado, salimos los cinco con rumbo a Córdoba. La noche santafesina estaba en su apogeo y pasamos por la zona de Recolecta, pleno boulevard, en dirección al estadio de Unión para luego tomar la autopista Santa Fe-Rosario. Pensaba evitar tráfico y semáforos haciendo ese recorrido y en la salida a Santo Tomé entro en la ciudad – luego de pagar un peaje no previsto ($0,60) – para cargar gas antes de tomar la ruta 19 con destino a San Francisco. Pero…. la YPF sobre Avenida del Trabajo estaba cerrada en lo que a venta de gas se refiere. Una cuadra antes había otra estación de GNC y retrocedí hacia la misma obteniendo por repuesta: “no tenemos cupo, abrimos a las 6”. Eran aproximadamente las 4:30 cuando todo esto acontecía y entonces, ¿qué hacer? Atravesando Santo Tomé, tomando semáforos y calles transitadas, volví a Santa Fe y en la estación de GNC ubicada entre 25 de Mayo y Rivadavia, sobre el boulevard, de nuevo en Recolecta, cargué gas. Cargando gas
Y por las dudas, 10 metros más allá cargué nafta. Finalmente, para salir de Santa Fe desande el camino tomando por la circunvalación, crucé el puente carretero, Santo Tomé y llegué a la ruta 19 a eso de las 5:30 hs.

Capítulo 2: el viaje de ida

El mismo transcurre sin mayores incidentes. Muy conversado los primeros kilómetros, la ruta bien, velocidad de crucero de unos 100 km, promedio, hasta llegar a la primer cabina de peaje, $1.60, y allí el motor quería apagarse. En cuanto bajaban las revoluciones, se apagaba. Por suerte no pasó a mayores y al encenderlo todo bien, pero era una molestia y una preocupación. Raudamente quedó atrás el cruce con la 34 y a las 7:30 estábamos en San Francisco. Mi auto tiene una capacidad de carga de 14 m3, en la estación de gnc entraron 13m3 y algo más. Poco faltó para usar la reserva, pero todo fue bien. Salimos de San Francisco, siempre por la ruta 19, en dirección a Córdoba. A los pocos kilómetros: otro peaje (otros $1.60), y otra vez el problema con el auto: se apagaba el motor. No sé si era por empatía, porque a mí me molesta pagar peaje, pero el motor tenía sus caprichitos. Poco después pasamos por Devoto, un pueblo sobre la ruta, y debo nombrar a este pueblo como “la capital mundial de las lomas de burro”. Cinco, más dos semáforos, regulan la velocidad del tránsito. Por supuesto, con cada loma de burro el auto quería apagarse y era una lucha entre el auto, la loma de burro y yo (¿otro título para otro post?). Por suerte Devoto quedó atrás y con la mitad del tanque de gnc Cargando gas en Arroyitollegué a Arroyito. Frente a la planta de Arcor – sentía olor a caramelo en el ambiente – cargué más gas.
Arroyito no merece ningún otro comentario excepto su loma de burro en la salida con dirección a Córdoba: no importa que tan lento se la pase, a uno le castañean los dientes. Hay muchos pueblos junto a la ruta y todos tienen carteles de loma de burro, pero la mayoría son sólo carteles. Pasando Arroyito y entre este pueblo y Tránsito, otro pueblo, estaban reparando la ruta y el tránsito debía esperar de un lado hasta que el otro pasara. Nuevamente, el coche comenzó a protestar. Desde aquí y hasta pasar Río Primero la ruta se volvió algo cargada de vehículos, pero luego se fue disipando. A eso de las 10 de la mañana entrábamos en la avenida de circunvalación de la ciudad de Córdoba. Preciosa avenida. Era la primera vez que la conocía. La última vez que viajé a Córdoba estaba en proyecto la mayor parte (hacía mucho que no viajaba a La Docta). Recorrimos varios kilómetros hasta llegar a la salida a Avda. Vélez Sarfield. Esta nos llevó hacia la Ciudad Universitaria y una vez allí, fue simplemente doblar a la derecha para llegar hasta la UTN Regional Córdoba.

Capítulo 3: Python Day

Llegamos tarde y perdimos algunas charlas interesantes. Luego de ambientarnos, nos metimos en la charla de “Desarrollo de portales y extranets con Plone”, la que filmé íntegramente. Justo en la Linux Users 22 había un par de párrafos al respecto así que iba con una mínima idea de lo que era. Había unos 30 asistentes y luego un organizador nos comentaría que el fin de semana largo aunado al hecho que justo la UTN cumplía sus 58 años, feriado para la universidad, conspiró para la presencia del público. También hablando con otros miembros del Grulic, nos enteramos que el asado que pensaba hacerse al mediodía en las “afueras” de Córdoba iba a ser en Cosquín (¿en las afueras?), pero se enfermó el anfitrión y estaban en la búsqueda de otro lugar.

En la cantina de la UTN, un pasilloLas siguientes charlas no me interesaban y aproveché para dormitar un poco en el auto, apenas una hora. No descansé mucho. Luego me llamaron para el almuerzo y comimos unas pizzetas en la cantina y al terminar, mientras Juanjo hacía los últimos ajustes a sus transparencias, Pablo, Bruno, Mariano y yo salimos a recorrer la zona hasta las 15 horas, cuando reiniciaban las charlas sobre Python.

Toda la región, no sólo la ciudad universitaria, se veía polvorienta y seca. Al ver la ciudad de lejos (cuando entrábamos) apreciamos una capa de humo o smog sobre la misma. Supongo que hace mucho no llueve y las heladas pueden afectar al color del pasto (son detalles que uno aprecia cuando viene de una zona más verde). Patio UTN CórdobaTratando de evitar el polvo con consistencia de talco, paseamos por los alrededores del edificio de la UTN. Este es un edificio grande, acompañado por otros más pequeños a su alrededor, pero nos pareció algo descuidado. Una mano de pintura no estaría demás y arreglar algunos techos, según Mariano (son detalles que uno aprecia cuando el propio edificio de la UTN Santa Fe ha sido recientemente pintado). Ya le llegará su turno. 🙂

Salimos por la calle Maestro M. López en dirección al corazón de la Ciudad Universitaria y nos Ciudad Universitaria sacamos algunas fotos junto a carteles de la zona (como para que se sepa dónde estábamos). Al regresar, un sonido continuo, apenas perceptible, me llamó la atención. Sonaba como aquellos vehículos que retroceden y tienen una alarma auditiva para avisar, pero ésta sonaba con un volumen más bajo y era más aguda. “¿Qué es eso?” pregunté. Entre los cuatro rastreamos el origen de la alarma hasta unos semáforos peatonales. Eran a demanda. Tenían el clásico botón para iniciar la secuencia de cambio de luces, pero las bocinas sobre los postes despertaron nuestra curiosidad. No recuerdo quien fue el responsable, si Bruno o Mariano, pero uno de los dos presionó el botón y … el caos inició. Pablo y yo no supimos bajo qué piedra escondernos. Bruno y Mariano cruzaron la calle. La música inundó la desierta cuadra. Desconcertados, nos mirábamos y reíamos. Pablito y yo nos alejamos a paso veloz, como diciendo “a estos no los conocemos”. A todo esto, la música cambia a los acordes de “Para Elisa”, las luces titilan y finalmente todo se calla, volviendo a su estado original: los semáforos en verde para el paso de vehículos. Un dispositivo así es compresible: la zona tiene varias escuelas primarias y al menos, un jardín de infantes.

A pesar de lo anterior, una cuadra más cerca de la tecnológica hay otro semáforo peatonal a demanda, pero sin las bocinas. Se ve que la muchachada estaba inquieta esa tarde y a falta de tocar en otros lugares, le daban a la tecla verde. El semáforo cambió: rojo para los vehículos, hombrecito blanco para el cruce peatonal. Pablo y yo aprovechamos y cruzamos, pero no creo que al colectivero que se tuvo que detener le haya gustado. Nos tocó bocina pero yo ni lo miré. Rápidamente llegamos a la tecnológica justo cuando el semáforo volvía a permitir el paso de vehículos.

Luego de nuestro paseo nos encontramos con Juanjo minutos antes de su charla. Ponía los “puntos sobre las íes” y ya casi estaba listo. El aula que le asignaron era pequeña, más o menos como el aula número 2 de nuestra UTN. Aquí debo destacar los pizarrones: todos los que vimos, en todas las aulas, eran los que se usan con fibrón. ¡Ojalá fueran así nuestros pizarrones!. Al rato comienza a caer gente y se juntaron poco más de 10 personas y Juanjo inicia su charla.Charla Python-fu Muy bien, mejor que cuando nos la dio en privado para practicar. La tengo filmada pero….. ay….. me parece que mi batería no funciona como antes. Al llegar a las conclusiones se agotó y no tenía disponible un enchufe cercano. Lástima, nos perdimos el final. Va a tener que repetirla aquí para la comunidad local. Ya lo comprometimos.

Me perdí la siguiente charla ya que me puse a cargar la batería de la cámara en otra aula. Mientras tanto, Bruno me había buscado del auto el mapa de la ciudad de Córdoba y me lo puse a estudiar. Para las cinco de la tarde caí por el Aula Magna y estaban dando mini charlas de cinco minutos, estrictos, por cabeza (si eran dos quienes hablaban, iba a diez). Más tarde de lo programado comenzó “Desenmarañando Twisted” y no se si había un horario de cierre, pero lo apuraron al disertante y este, a velocidad luz, pretendió dar un pantallazo de esa librería. Yo, con sueño, adormilado, apenas si entendí algo. Tan cansado estaba, que ni ganas de filmar tenía.

Todo terminó a las 18:30 hs y luego de enterarnos que se haría el asado en una parrilla céntrica, “Tío Raúl” frente al shopping “Olmos”, no nos comprometimos y nos retiramos a buscar el departamento que me habían prestado para pasar la noche.

Capítulo 4: perdidos tras una llave

En un post anterior alabo las bondades de internet. Lo preciso que es, lo bueno de algunas web en las que uno pone el nombre de la calle y la altura y un punto sobre el mapa de la localidad se la señala (http://www.cybermapa.com/). Bien, algo, algo de eso, es cierto. Pero yo no confiaría ciegamente en la información que dan.

Circulando por retorcidas callejuelas, pasando por el centro y cruzando grandes avenidas, llego a Coronel Zanni y la tomo en dirección a Octavio Pinto. Poco antes, los muchachos me piden bajar y mientras buscan el departamento a pie, yo buscaba a la dueña en otra casa para retirar la llave. Pablo, Mariano y Bruno descienden, Juanjo sigue conmigo.

Donde Cnel. Zanni y O. Pinto se encuentran, lo hacen a elevada altura por partida doble: al 2000 y además existe un desnivel importante (si uno sigue derecho por Zanni, se sube al techo de las casas). Yo necesitaba llegar al 1900, pero el Cybermapa me decía que dicha altura estaba cruzando el río, 10 cuadras más adelante. Confundido, veía que la altura se incrementaba (la numeración). Me detengo en una estación de gnc y mientras cargo gas, el despachante no me supo orientar bien. Un hambriento Juanjo, en tanto, se compra un enorme sándwich de salame por $1 (muy económico).

Retrocedo internándome en un verdadero laberinto. Circulo por calles angostas, llego a una plazoleta triangular y en su esquina le pregunto a un lugareño por la dirección a la que iba. Me supo orientar menos que el de la estación. Todas las calles eran «Dr. esto», «Dr. aquello», y ahí entendí porque a Córdoba le dicen «La Docta» :-D. Volviendo a la búsqueda y dudando que la dirección que medieron sea la correcta, retomo Zanni, luego Octavio Pinto y cruzo el río, llegando hasta donde Cybermapa me marcaba con un punto la altura 1900. La altura era 2700, y seguía subiendo. Cada vez peor, busco un teléfono público y contacto a la dueña. Efectivamente me había pasado. Consulto un viejo mapa impreso (viejo no sólo por ser impreso en vez de digital, sino porque tiene más de 20 años). Busco regresar (ningún problema) y otra vez me adentro en esas calles. Paso junto a un cementerio (12 de Octubre, el nombre de la calle) y sigo sin dar pie con bola. Finalmente llego a la misma esquina donde había preguntado al lugareño (era una esquina extraña, confluían cerca de cinco calles ahí) y veo un cartel medio escondido que decía “Octavio Pinto 1900 – 2000”. ¡Ahí! Encima, era contramano. Luego me explicaron que en esa cuadra era la única donde Octavio Pinto cambiaba de dirección y que hasta los taxistas se perdían para llegar. A la distancia, veía el desnivel de la calle que varias veces había cruzado. Más tarde, Bruno, Mariano y Pablo nos dijeron que nos habían visto pasar al menos dos veces.

Finalmente encontré la dirección y saludé efusivamente a la dueña del departamento, Rosita. Una señora amiga de mi mamá desde la infancia.

Capítulo 5: el departamento, la noche y varios destrozos

Rosita, muy efusiva, nos acompañó hasta el departamento; previa visita a una de sus hijas a la que hacía años no veía: Viviana. Así que recién a eso de las 20 hs caímos por el departamento en cuya puerta nos esperaba el resto de la compañía. Entramos, recorrimos el departamento, bajamos nuestros bolsos y luego, con Juan, llevé a Rosita a su casa mientras los muchachos se duchaban. Ya conocida la zona era imposible perderse. Además, guardé el auto en el garage de un vecino, amigo de Rosita. Hecho esto, regresamos caminando.

Aún seguían duchándose cuando llegamos al departamento y yo me entretuve aporreando las teclas de un piano. Vimos un rato la TV y cuando le tocó a Juanjo su turno para entrar al baño, en una rotisería de la esquina compramos 3 pizzas y, la verdad, ya estoy un poco cansado de comerlas (hace seis años viví un par de semanas a pizzas y helado, pero eso es parte de otra historia).

El título de este capítulo les habrá llamado la atención, ¿verdad? Pues es la verdad, hubo destrozos y algunos daños de menor consideración. Veamos, el primero (que más tarde me vendría a enterar que no sería el primero) sucedió mientras jugábamos a las cartas. Bruno (quién sino) levanta los brazos y golpea una maceta de plástico que colgaba de la pared. El Potus cae desde más de 1 metro de altura y la maceta se rompe desparramando su contenido. ¡Ay! Barrimos, pero amontonamos la tierra en un rincón al no tener una palita para juntarla. El juego de cartas continuó y Mariano salió victorioso, seguido de cerca por mí. Bruno, de último. Por supuesto, no puedo dejar pasar el café derramado por Juanjo sobre el blanco mantel de la mesa. Y, porque creo que la mesa de plástico estaba medio podrida, cuando retiré el mantel unos centímetros del borde inferior se fueron con el mismo al engancharse con la tela. Eran como las 1 de la madrugada cuando Mariano, Bruno y Pablo salen al centro, a pie. Algo así como cincuenta cuadras. Juanjo y yo, cansados, nos quedamos a dormir. El trío regresó a las 5:58 hs, muy entusiasmados con la noche cordobeza (mejor que la rosarina, en palabras de Pablito). Bruno intentó levantar a una moza de unos 19 años, y otra de alrededor de 40 intentó levantarlo a él :-). Pero estas historias deben ser contadas por sus protagonistas, por lo tanto, hagamos un paréntesis y vayamos al siguiente incidente.

Decía, los chicos regresaron a las 5:58 hs. Desde ese momento casi no dormí, y el resto de la gente tampoco gracias a los ronquidos de Mariano. ¡Por favor! ¡Luego dicen que yo ronco!

Bello durmiente Despeinados al acecho Saludo dormido

Nublado y frío amanecer nos tocó ese domingo. A las 8 suenan las alarmas de los celulares y casi todos nos levantamos, menos Pablo y Mariano. Entonces cometo el peor error del fin de semana: le digo a Bruno que levante la persiana para que entre la luz del día. El gracioso, por ser chistoso, la levanto algo… bastante… demasiado bruscamente. Y allá quedó la persiana, arriba, muy arriba. Ni se veía. Ventana rotaEnrollada en su caja. Bruno intentó destrabarla, no hubo caso. Yo quise ayudarlo, sin éxito. Sacamos la tapa de la caja y vimos que la persiana estaba desarmada. Es de esas persianas de plásticos que se arman calzando cada varilla plástica una con otra. Entonces, y dado que no repararíamos el desastre, para no perder más tiempo decidimos dejarla así. Acomodamos las cosas lo mejor posible y me fui a buscar a la dueña del departamento. Había que contarle y mostrarle lo sucedido.

Pero esta vez me llevé a Bruno. Digamos que no quería dejarlo sin vigilancia. Busqué el auto – por cierto, tuve que maniobrar varias veces dado que era difícil sacarlo marcha atrás – y luego fui a la casa de Rosita. Es una señora muy afable. “No es nada” decía. Trajo una palita y Bruno la ayudó a replantar el Potus en otra maceta. Por la persiana le dejamos unos pesos extras y mientras ella se portó muy bien, nosotros nos portamos muy mal.

Cargamos el auto con los bolsos y mientras la devolvía a su casa, los muchachos buscaban una panadería para comprar algo. Así es que sobre Coronel Zanni los encuentro y compramos nuestro desayuno: leche chocolatada para algunos, yogurt para otro, biscochitos, palmeritas, etc. Subimos todos en el auto y nos fuimos hacia el centro tomando avenida Colón. Nos ubicamos cerca de una gran avenida y, calentitos dentro del coche, desayunamos. Ahí me vengo a enterar del tercer destrozo de Bruno, que en realidad había sido el primero, y tiene relación con el banco del piano siendo Pablito el único testigo. Aún no comprendo bien en que consistió el daño, pero parece que pudo arreglarlo (o al menos, disimularlo).

Capítulo 6: recorriendo la ciudad

Luego de desayunar, unos metros más abajo había una playa de estacionamiento y dejando el auto allí salimos a caminar por el casco histórico de la ciudad. Nos entretuvimos brevemente en un shopping, el “Olmos”, pero Mariano quería ir al shopping más grande de la ciudad. Preguntamos a alguien que pasaba cuál era el shopping más grande y nos dijo que era el Cabrera, a unos cinco minutos en taxi. Salimos del shopping y seguimos recorriendo la zona.

Vimos bellos y viejos edificios. De la época colonial, de cuando los Jesuitas mandaban en la región. Había varias iglesias y la fachada de una de ellas (de más de 400 años) no era nada linda. No quise entrar porque estaban dando misa. Seguimos nuestro recorrido hasta llegar a la catedral, frente a la plaza San Martín. Otra iglesia jesuita y también estaban dando la misa. Justo, un domingo, se nos da por visitar iglesias.

Sí visitamos la oficina de informes turísticos para averiguar como llegar al shopping. La oficina está en el viejo edificio del cabildo de la ciudad y la señora que nos atendió no nos supo precisar como llegar al lugar. ¡Increíble! Recorrimos un poco la peatonal, sacamos algunas fotos y pegamos la vuelta. Volvimos a pasar por la antigua iglesia jesuita y esta vez no había misa. Entré, seguido por Juanjo, y qué visión! Oro, debería ser oro, por todas partes. El techo, las columnas del altar, las estatutas de santos, todo era hermoso. Colonial, viejo, en madera y oro. ¡Nada que ver el interior con el exterior! Pablo, Mariano y Bruno también se asomaron a ver.

El grupo en la peatonal Frente a la catedral Cabina inglesa

Volvimos al estacionamiento y retiré el auto. Luego rumbeamos hacia el Shopping Cabrera y, ¡oh sorpresa! Otra vez tomamos por avenida Colón, Cnel. Zanni y Octavio Pinto. Ya uno era canchero circulando por territorio conocido. Pero cuando se cancherea se suele meter la pata y en esta ocasión, hubo excepción. 🙂

Mis compañeros desconfiaban que pudiera llegar al shopping, pero los burlé ya que llegamos sin dar muchas vueltas. Casi fue directo todo el trayecto.

Dimos una vuelta por el shopping, pero no era muy impresionante. Era grande, pero el patio de comidas de las Galerías Pacífico en Bs. As. es dos veces más grande que el del Cabrera. Luego de mirar la gente, los precios, subir y bajar por escaleras mecánicas, nos fuimos con rumbo a la terminal de ómnibus. Pablito nos abandonaba. Sucedió que el día anterior sus padres lo convocaron a Carlos Paz. Le habían reservado un lugar en el hotel y lo querían allí. Así que recorrí un poco la zona de la terminal, buscándola, y finalmente la hallé. Pero una vez ubicada, no quise estacionarme por allí y mis compañeros querían pasar por un puente donde desemboca la avenida Illía. Entonces seguí derecho y pasamos por el Parque Sarmiento y el zoológico de la ciudad de Córdoba. Nuevamente me llamó la atención lo seco que vi todo, el pasto amarillento. Intenté, con éxito, tomar otra avenida que me llevara de regreso a la terminal y así, dando vueltas por gusto, paseando, llegamos a la terminal de ómnibus donde estacioné y nos bajamos a averiguar por horarios de colectivos para Carlos Paz. A todo esto, ya eran las 13 horas.

Hacía más de 10 años había conocido la terminal de ómnibus, y como en aquella ocasión, nuevamente pude apreciar la arquitectura del edificio. Es la terminal más linda que conozco. Mucho más linda que la de Retiro, Rosario, Santa Fe y Paraná (por nombrar las grandes ciudades que conozco). Mariano, Pablo y yo nos dividimos la tarea de averiguar por empresas, horarios y precios. Bruno se quedó filmando el interior de la terminal y Juanjo dijo “voy a comprar alfajores”. “No”, le dije, “vas a averiguar precios de alfajores, después los vas a comprar”. No me hizo caso, se vino con una bolsita con varias docenas de alfajores. Luego tendría que caminar los alrededores de la terminal llevando su bolsita para todos lados.

La siguiente misión fue buscar donde comer. Habíamos renunciado ya al asado del Grulic en la parrilla, entonces salimos de la terminal buscando lugar y módicos precios. Fuimos de un sitio a otro, conociendo las calles y admirando los edificios. Al llegar a un quiosco en la esquina de la Avenida Illía con la calle Paraná, y ya dándonos por vencido de entrar en un restaurant, decidimos comprar sandwiches pero los había de fiambre y tanto yo como mis compañeros, queríamos algo más sustancioso. Entonces el dueño nos mandó a la vereda de enfrente, a media cuadra. Ahora no recuerdo el nombre del lugar, tenía “II” de “segundo” en el cartel, pero cuando vimos los precios de los platos, renunciamos a comer simples sandwiches. Entramos los cincos y… era una fonda. El restaurante tenía seis mesas, junto a la barra había una cola de gente esperando para comprar comida para llevar. Era uno de esos restaurantes que si uno ve la cocina, quizás lo piensa dos veces antes de sentarse a comer. No nos asomamos en la cocina y por lo tanto “corazón que no ve, corazón que no siente”. Y es que los precios eran regalados. Por suerte encontramos una mesa libre, nos ubicamos y mientras Pablo, Juanjo y yo pedíamos suprema napolitana con papas fritas por $5, Bruno se conformaba con Milanesa con papas y huevo fritos por $4 y Mariano con costeleta, huevo y papas fritas por $4.50. Comimos opíparamente. Nos quedamos llenos ya que las porciones eran generosas. Algo salado era la gaseosa: la Pritty de litro y medio costaba $4, y tomamos dos. Claro, no nos enteramos hasta que vino la cuenta y allí nos sorprendimos cuando nos cobraron $31.50. Igualmente, comer lo que comimos por $6.30 cada uno me parece un buen precio, mirándolo ahora, a la distancia. Y todo estaba rico (“cuando hay hambre, no hay pan duro”).

Después de comer caminamos media cuadra hacia la terminal, Pablito compró su pasaje y nos despedimos en la plataforma. Ya iban a dar las 14:30 hs, cuando su colectivo a Carlos Paz salía. El resto de la compañía, Mariano, Juanjo, Bruno y yo, regresamos al estacionamiento y emprendimos el regreso a nuestras casas. Al principio erré al tomar una avenida, pero sabía que me había equivocado y sabía dónde estaba. Mientras paraba para que Bruno tomara su pastillita (no sé que tomó), yo consulté el mapa y no estaba tan equivocado. Di con la avenida 24 de septiembre y rápidamente salí de la bella ciudad tomando la ruta 19. Después de Paraná, Córdoba es para mí la segunda mejor ciudad. ¿Qué quieren que les diga? 🙂

Capítulo 7: un largo regreso a casa

Cruzamos la avenida de circunvalación, dejando la ciudad a nuestras espaldas y la planta de la Coca-Cola a nuestra izquierda. Un control policial en Montecristo no llegó a detenernos pero el cana hizo señas para que fuéramos más lento. Por algunos kilómetros le hice caso. Cargamos gas en una perdida gnc junto a la ruta, pasando Montecristo y por una extrañamente desierta ruta llegamos a Arroyito. Juanjo leía las Users, mientras Mariano y Bruno dormían en el asiento de atrás. Hubo momentos en los que no se veía un alma en la ruta, ideal para un encuentro cercano del tercer tipo en plena siesta cordobeza.

En la ruta encontramos a nuestras viejas amigas: las lomas de burro y las cabinas de peaje. Hice las paradas “habituales” en Arroyito y San Francisco para cargar gas. Y el viaje de regreso no hubiera sido distinto del de ida si no nos hubiéramos desviado en el cruce de la ruta 19 con la 13 para llevar a Juanjo a su casa, en Carlos Pellegrini (70 km). Ya eran las 18:30 cuando arribamos a esta localidad. Juanjo, orgulloso, nos mostró el edificio de 7 pisos que están construyendo en su pueblo. 7 pisos, el primero en Carlos Pellegrini. Fuimos misericordiosos al no agregar mayores comentarios ;-). Allí nos demoramos una hora siendo agasajados por los padres de Juanjo con una excelente picada. Muy ricos los salames y quesos, aunque, Juanjo, ¡me fallaste con el agua fría!. El papá de Juanjo propuso que nos quedáramos a dormir, pero no hubo quórum.

Para las 19:30, con un miembro menos, regresamos a la ruta escuchando música clásica, ¡sí, al fin!. Luego de Fito, Soledad y no se quien más, al final me dejaron escuchar algo más tranquilo. Y ocurre que los chicos venían durmiendo… En San Jorge (sobre la 13) cargué gas nuevamente y cincuenta kilómetros más adelante, ya de noche, retomé la ruta 19. El auto se portó excelente todo el trayecto, excepto cuando llegué a la estación de peaje ubicada próxima a Santa Fe, otra vez quiso detenerse. Pero yo ya lo tenía domado y no hubo incidentes.

Llegamos a Santo Tomé, la crucé, más tarde Santa Fe y tomando la circunvalación, en reparación por varios kilómetros, fui despachando a los chicos. Mariano el primero. Luego fui a lo de Pablo a buscar mi agua, abandonada nada más comenzar el viaje. Dejé la frazada de Pablito (la anaranjada que se ve en la foto de más arriba) y finalmente a Bruno (quien se olvidó su equipo de mate). Por último cargué gas en la ciudad para poder llegar a Paraná y así, a las 11:30 hs de ese domingo, arribé en mi casa luego de recorrer 1014 km.
Un lindo paseo por el centro del país. Me quedé con ganas de llegar hasta las sierras mismas. Para otra ocasión será.

17 comentarios

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17 respuestas a Python-Day cordobés

  1. Completo el relato aportando un par de datos al relato:

    – El lugar donde almorzamos el domingo se llama Raul II

    – «mientras Mariano y Pablo dormían en el asiento de atrás» .. eran Mariano y Bruno! a Pablo lo habíamos dejado en la terminal 🙂

    Cep! muy bueno el relato!

  2. ¡Cierto! Ya está corregido.
    Es que yo soy el dormido.
    Gracias.

  3. Pablo

    Muy bueno el relato, no se te escapo nada che jaja.
    Despues nos vamos a juntar a contarles a todos la noche cordobeza jaja.

  4. ellugar no se llamam Raul, tenia un nombre mas largo, como Carlitos o Roberto

  5. el pueblo, de nombre «El Tio», tambien es muy conocido como «Los Piquiyines»

  6. Mariano fue el que apreto los 2 botones de los semaforos peatonales

  7. Pablo

    Bruno, estas errado, un pueblo se llama «El Tio» y otro es el de «Piquillines», son dos pueblos diferentes

  8. Mariano

    Muy buen relato, hasta habia cosas que no me acordaba 🙂 El lugar donde comimos se llamaba Arturo II
    Bruno, de todos estos años que lo conosco tengo el agrado de decir que superaste tu propia marca de «cagadas» (en todos los sentidos)

  9. Pablo

    Al final de todo, yo fui el q mejor me porte, no me mande ninguna cagada jaja, me tienen q felicitar jaja

  10. el pueblo se llamara «el tio», pero cuando ibamos de vuelta, verificamos que ahi, estaban los piquillines

  11. Para resolver este problema de que «El Tío» es lo mismo o aproximadamente igual a «Piquillín», confusión que sólo una persona tiene, consulté el Google Earth y debo decir dos cosas:
    1) Me equivoqué al nombrar «El Tío». En realidad el pueblo es «Tránsito». Este error está salvado en el texto.
    2) Para terminar con la discusión sobre «Piquillín» y el «El Tío», sólo introduzcan estas coordenadas en el Google Earth:

    PIQUILLIN : 31º18’07.12» S – 63º45’24.31» W

    EL TIO : 31º23’03.64» S – 62º49’36.44» W
    Hay kilómetros entre ambos pueblos.

  12. Pablo

    viste, yo dije q son dos diferentes loco, nadie me cree a mi, yo estaba muy seguro…

  13. laura

    Cesar, ahora le voy a contar a mamá los destrozos que hicieron en lo de Rosita. 🙂 a no ser que arreglemos con algo

  14. juan

    los semaforos donde sonaba para elisa son para los ciegos y me extraña que de tanto andar por la facu (utn) no se les haya pegado ni una neurona pero en fin asi son las cosas siempre sobran los chistes sin sentido y falta el razonamiento ah y hay carteles indicando sobre la escuela para ciegos , nada mas

  15. Ok Juan, visto que comentarios estúpidos no sobran y aca va otro para complementar el tuyo: Si hay carteles indicando una escuela para ciegos lo ignoro. No lo recuerdo y nadie del grupo hizo un comentario acerca de haberlo visto. Supongo que sí. Quizás buscar el origen de un sonido que nos pareció extraño nos distrajo sobre la cartelería existente.
    Nos llamó la atención el semáforo de un tipo que nunca habíamos visto y ahora sabemos para qué sirve. Gracias por tu brillante comentario. Realmente siempre sobran quienes critican gratuitamente. ¿Me pasas la dire de tu blog para aportar al conocimiento mundial? Por lo menos podría ayudarte con los signos de puntuación.

  16. Carlos

    Loco como los van a mandar al shopping de villa Cabrera… quien los mandó, un porteño? jejeje debieron ir al Nuevocentro!!! Un abrazo muchachos, desde cordoba

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