Los ríos color púrpura

Frío fue el amanecer del 23 de Junio, el día previo al partido por octavos de Argentina. Un compromiso ineludible (el de Argentina y el nuestro). Mi viejo pasó a buscarme poco después de las 7:30; minutos más tarde Patan me salía al encuentro, moviendo su cola y ladrando, y tras él, su dueño, Bruno. El equipo venía concentrado cuando llegamos a la casa de Mariano y el cuarto hombre subió al automóvil. Y fue en ese momento cuando mi viejo preguntó, «¿traen documentos?». Mariano se bajó y buscó sus papeles. Bruno nos guió por calles indómitas para volver a su casa, pero las calles nos ganaron y tuvimos que tomar el camino más largo. Con todos los papeles listos (no vaya a ser que no fuéramos identificados en el campo de batalla) rumbeamos hacia Paraná y mientras arreaba a la tropa, seguramente el enemigo debería estar afilando sus armas.

El sanatorio nos recibía con sus brazos abiertos…. sospechosamente abiertos.

Visitamos al enfermo, Héctor, viejo amigo de la familia. Lo vi mejor que en mi anterior visita, pero mejor hubiera sido no estar allí. Luego llegamos hasta Hemoterapia y un enfermero nos dio una primera mala impresión al pedir con voz severa: «documentos». Parecía cana custodiando una puerta. Y a partir de allí las cosas fueron cuesta abajo… bueno, no tanto.

Poco después el mismo tipo salió con tres cuestionarios, uno para cada uno, y 39 preguntas fueron contestadas. Desde tomar medicamentos hasta alergias, desde enfermedades que alguna vez hayamos tenido o que pudiéramos tener, hasta las costumbres sexuales. Una pregunta era para las mujeres y decía si había tenido relaciones con hombres que hayan tenido relaciones con otros hombres. Otra preguntaba si habíamos pagado, o nos habían pagado, para tener sexo. Hepatitis, sífilis, SIDA… etc. Todo caía en el cuestionario y a veces, de otra forma, preguntaban más de una vez. Supongo que para cruzar las repuestas. El cuestionario era extenso y en muchas ocasiones se nos preguntaba si estábamos seguros de donar sangre. Y sí, era para donar sangre de lo que se trata esta historia. Su título nada que ver con la película francesa de igual nombre.

La espera fue larga. Había planeado que a las 9:30 ya todo habría concluido, pero no fue así. Uno a uno pasamos como ovejas al matadero y allí nos dimos cuenta que el enfermero no era tan antipático como nos había parecido. Y también, si te van a chupar la sangre, mejor que lo hagan con buena onda, ¿verdad? 🙂

Minutos más tarde de entregar el cuestionario me llamaron primero. «Toma asiento en el banquito» me dijo el enfermero, «vamos a tomarte la presión». Yo pensé que ese era el cuarto donde todo transcurriría, pero no. Luego de tomar mi presión (12 9, normal), el enfermero dijo «vamos a analizarte la sangre» y entonces tomó mi dedo gordo de la mano izquierda y, contemplando yo con impotencia, me clavó rápidamente una aguja en la yema del dedo. Tuve que luchar contra mi instinto de retirar el brazo. ¿Dolió? Mentiría si dijera lo contrario, pero fue algo un poco más que una pequeña molestia. Pasó rápido (la acción, la molestia duró un poco más). El enfermero ya me estaba despidiendo de nuevo a la sala de espera cuando una simpática enfermera le informó que había lugar en la «sala de extracción». Suena tétrico, ¿no?

Así es que fui a dicha sala y había dos enormes y cómodos sillones. Uno de ellos ocupado por una señora entrada en años y para quien donar era costumbre. Los sillones eran individuales, reclinables, como los que alguna vez usó Homero en los Simpson o tiene el papá de Frasier (para los seguidores de esta comedia yanqui). Me preguntaron, «¿es la primera vez?». «Y sí» dije y no se como habrá salido mi voz, pero transformaron mi sillón en una cama, mientras que la señora permanecía tranquilamente sentada.

A partir de aquí no puedo describir muy bien el proceso excepto el pinchazo que sentí. Puedo contarles sobre el mural en la pared («Dr. Jesucristo»), el lomo de los libros en la biblioteca frente a mí, lo que escribía la secretaria en la computadora o sobre las precauciones que hay que tener luego de donar. Pero no puedo hablar de la aguja que emplearon, del algodón que cubría la misma, la cinta que sostenía el tubo plástico ni como este se insertaba en una bolsita plástica que estaba próxima al piso, más bajo que uno. Todo esto lo vi en la señora de al lado… cuando no tenía los ojos cerrados.

Llegó la enfermera y comencé a hacer profundas inspiraciones y exhalaciones. Me dijo que respirara normal o sino me iba a hiperventilar. ¡Respirar normal!, ¡qué fácil decirlo bajo esas circunstancias! Me mostró la bolsa que iba a almacenar mi sangre, mi vitalidad, y me hizo firmar sobre la misma. Luego me dijo que comenzara a abrir y cerrar la mano, suavemente. Mientras lo hacía me pidió «respira hondo» y ahí me pinchó. Una aguja, un pedazo de metal incrustado en mi delicada piel. Yo no miré, pero lo sentí. ¿Qué fue peor? ¿el pinchazo para el análisis de sangre o este para sacármela? Ahora que lo pienso, creo que el primero.

Entonces se me dio un par de papeles en los que se destacaba el hecho de que si tenía alguna duda por la cual no podían utilizar mi sangre, que lo dijera ahora o más tarde a un número telefónico. «Que me la devuelvan» podría haber dicho. Pero no. Ya estaba jugado. Fue resignarse y juguetear con una pelotita de goma que me pusieron en la palma para que presionara con suavidad. Pasaron unos pocos minutos, no se cuantos, el tiempo se volvió borroso para mí. La bolsa se llenó con 450 cc. Ignoro en que momento me sacaron la aguja (ojo, no estaba ni dormido ni desmayado. No sean mal pensados). Y en ese momento me preguntarían por primera vez: «¿estás bien?». «Sí», respondí.

Vino el enfermero y yo seguía acostado. «¿Estas bien?» me preguntó. «Sí» repetí. Ahí comencé a sospechar algo. ¿Qué cara tenía? ¿qué había pasado? Y me alarmé cuando el enfermero le dijo a la enfermera «dejalo acostado un rato más». Yo, sosteniendo el algodón, no sabía que pensar. A todo esto, la señora ya se había retirado y Bruno se aprestaba a ser sacrificado. Entonces la enfermera me sentó y segundos después me levanté bajo su atenta mirada (¿habré palidecido?).

Mientras me abrigaba para salir, en broma le decía a la enfermera dirigiéndome a Bruno: «déjenlo, olvídese de volver a sacarle el tubo». Marqué con una cruz en un panfleto en el que reconfirmaba por enésima vez que podían utilizar mi sangre, me devolvieron el DNI, me dieron un certificado por haber donado sangre y un vale para desayunar en el café de enfrente al sanatorio. «Bárbaro», pensé, «sobreviví». Y en el pasillo me encontré con Mariano, quien hablaba con Alicia, la señora de Héctor. Se desvive en agradecimientos. Es que no es fácil juntar donadores de sangre y son necesarios. El mes pasado tuvieron que reunir 80 personas para satisfacer las necesidades del enfermo y ahora deben pasar mínimo dos meses para que esos voluntarios vuelvan a donar. ¿Volveré? Y si se necesita…

Es importante donar sangre y, según Mariano, le contaban que era bueno para el propio cuerpo hacerlo con cierta frecuencia. Mariano tiene otra historia: la que no le encontraban la vena y tuvieron que intercambiar sillones con Bruno. Pero que esa la cuente él 😀

Mariano entró poco después. Al rato sale Bruno y, por indicación de Mariano, nos fuimos a desayunar sin esperarlo. Luego llegó él, fuimos a mi casa donde mi vieja nos recibió con tortas fritas y emprendimos el regreso. 11:30 hs estábamos en Santa Fe, 2 horas después de lo planeado.

Fue una interesante experiencia, un lindo paseo exceptuando un par de momentos (podrán imaginar cuáles) y una oportunidad para reflexionar sobre la donación de sangre y el bien que se hace al prójimo. ¡No dejen de hacerlo!

4 comentarios

Archivado bajo Opinión

4 respuestas a Los ríos color púrpura

  1. Bruno

    Tengo que reconocer que los tres, (aunque no queremos reconocerlo), estabamos mas blancos que la bata de LOS VAMPIROS

  2. Felicitaciones chicos por tan noble acción!! Escuché por ahí que además de las torta fritas, la familia Portela iba a recompensar a los intrépidos-aventureros con un asado. No dejen de contarme para el mismo che! 😀

  3. Hmmm…. eso del asado…. no se por qué no cuentan bien los detalles 🙂

  4. Laura

    Hola chicos soy la hna de Cesar, como me rei con el articulo, yo no pude pasar por su traumatica experiencia ya que estaba amamantando en esa epoca, felicitaciones por tan desinteresada accion.

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